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Las 7 cosas que me pasaron cuando dejé el azúcar durante un mes

No te equivoques. Que me encante correr - y que trabaje como jefa de nutrición en Runner’s World en Estados Unidos - no significa que pueda comer todo lo que quiera, aunque la gente me lo diga. A todas horas. Yo también necesito rellenar mi depósito (y mis carreras) con alimentos orgánicos, grasas saludables, frutas y verduras, y también debo asegurarme de que no como más de lo que quemo.
Peor últimamente he oído mucho hablar sobre la moda de recortar el azúcar, y la verdad es que soy muy golosa: como helado todos los días, tanto que incluso he hecho alguna cata en el trabajo. Así que si alguien debería reducir el azúcar, esa era yo. Propuse hacerlo durante un mes para ver que ocurría. Aquí, mis consejos:
1 ) Nada de azúcares refinados
Los azúcares naturales, por el contrario, me fueron genial. No me quité de la fruta, y podía echarle un poco de miel a mi yogur natural (¿desnatado? ¡ni hablar!).
2) Sólo 8 gramos de azúcar al día
Siempre me preparo un desayuno para llevar con el susodicho yogur y una barrita de cereales, así que busqué una marca que tuviera menos de 8 gramos de azúcar añadido. Si he de ser sincera, me inventé el número: no soy una nutricionista titulada (aunque he trabajado mucho con ellos). Pero 8 gramos me parecía una cantidad apropiada de azúcar, sobre todo si provenía de fuentes naturales en su mayor parte.
Encontrar una marca de barritas que tuviera tan pocos azúcares fue tan difícil que me tuve que hacer las mías propias y añadirles un poco de miel para endulzarlas.
3) Había lugar para la diversión
Se trataba de reducir los azúcares, no de pasar hambre y sentirme fatal, así que si se presentaba la ocasión (una fiesta de cumpleaños en el trabajo, una cena fuera con postre) no iba a rechazarlo. Además, a lo largo de los años he aprendido que es más fácil tener un buen hábito si no eres tan estricto contigo mismo. Si me hubiera quitado del todo el azúcar, no habría durado ni dos días (bueno, ni uno y medio).
ESTO ES LO QUE DESCUBRÍ
1) Me sentía más ligera (al principio)
Como era lógico de esperar, los primeros días me sentía genial. Rejuvenecida. La palabra clave, sin embargo, es “me sentía”. Un par de días no es sufciente para que el cambio tenga efectos físicos, salvo que hasta ahora me hubiera estado alimentado con comida rápida mañana, tarde y noche. Pero me excitaba tanto la posibilidad de reducir los dulces que me dio un subidón. Al acabar los 30 días no me sentía muy dferente.
2) Redescubrí mi voluntad
No creo que me vaya corta de fuerza de voluntad (he corrido 7 maratones, y entrené duro para todos ellos. No me da miedo entrenar, da igual que haga mucho calor o que haya que madrugar muchísimo). Pero no apostaría a quitarme el dulce. Aunque durante la Pascua no tomo alimentos prohibidos por mi religión, no puedo negarme a unas bolas de helado.
Este experimento me ayudó a comprobar que podía quitarme ese pedacito de chocolate negro después de comer o el bol nocturno de esa maravilla helada, y que de verdad me sentía bien.
3) Mi piel se rompió
Habrás escuchado historias de gente que al reducir el azúcar (o alguna otra sustancia “nociva”) nota como su piel brilla, su cabello se vuelve sedoso o sus labios radiantes. No me ocurrió. De hecho, me salieron granitos en la barbilla. Para ser justos, he tenido acné durante algunas etapas de mi vida, así que puede que la dieta no fuera la causante, pero me pasó después de reducir el azúcar durante una semana, así que lo señalo aquí.
4) Comí más frutas y frutos secos
Me encanta la fruta. Cada vez tomo más verdura, pero si quiero quitarme las ganas de dulce, me paso a la fruta. Noté que cada vez me sentía más llena debido a su contenido en fibra (algo que siempre señalo en mis artículos, pero que nunca está de más comprobar de primera mano). Los anacardos orgánicos (tostados sin sal) fueron mi aperitivo de referencia. Ricos en grasa, pero llenan, están sabrosos y es fácil masticarlos.
5) Hay azúcar en TODO
No, en serio. Creía que ya lo sabía cuando escribí un artículo al respecto hace un par de meses. “El azúcar oculto”, bla bla… Pero no, en serio. Hay azúcar en todo. (Y también gluten, por cierto). Aprendí a leer las etiquetas nutricionales con más detalle que nunca, lo que me ayudó a tomar decisiones más sanas.
6) Me volví creativa
Mis barritas hechas en casa es uno de los ejemplos. Comprendí lo que mi amiga me dice siempre: es mejor lo que te haces en casa. Me encanta hacer galletas, pero tienen un montón de azúcar. Así que busqué una receta y la apañé para hacerla un poco más sana. (En la oficina les encantaron. Aunque no sé que es lo que les gustó más: las galletas o el hecho de que la jefa de nutrición las trajera). En vez de Nutella, que normalmente le añado a los copos de avenas (¡y con mantequilla de cacahuete rica en proteínas!), hice una salsa de chocolate con una base de aguacate y la endulcé con miel. Y, para bien o para mal, le daba un par de mordiscos en vez de tomarme un helado.
7) Me alimenté muy bien
No voy a mentirte. Creía que al reducir el azúcar perdería peso y alcanzaría mi forma para competir. Has leído que eso es lo que pasa, ¿verdad? Pero no perdí peso. Ni tampoco lo gané.
Me di cuenta de que, a pesar de mi pasión por los dulces y mi bol nocturno (bueno, vale, directamente del envase) de helado, me alimentaba relativamente bien y no había mucho de donde “cortar”. Está claro que si hubiera querido quitarme 5 kilos y ponerme en forma de competición podría haberlo logrado. Pero entonces habría tenido que eliminar todos los dulces y reducir mi ingesta calórica, la que, en mi época de maratón, no era tan alta como podría suponerse. Así que apúntame un tanto por comer equilibrado y bien y rendir en mis entrenamientos.
A lo largo de los años he aprendido que eliminar dástricamente algunos alimentos o grupos de comidas es lo peor que le puedes hacer a tu organismo y a tu mente. Solía reducir los hidratos de carbono, pero no podía mantener un peso saludable. Y me sentía horrible. Cuando vi que comiendo de todo con moderación mi peso se estabilizaba me encontré mejor y dejé de pensar que me estaba dejando cosas.
¿Te preguntarás qué estoy haciendo ahora? No soy tan estricta como durante ese mes. Pero soy más consciente de lo que hago, o al menos lo intento. Me leo las etiquetas con detalle. Me pregunto si de verdad necesito esa onza (bueno, dos onzas) de chocolate que alguien (no sé cómo) ha traído a mi mesa. Y trato de que haya menos helado en mi congelador. Y, claro, corro un montón.
No, no puedo comer todo lo que quiero, pero una recompensa dulce sabe todavía más dulce después de un buen entreno.


Comentarios

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